domingo, 26 de diciembre de 2010

Mis Vicios

Las paredes grisáceas, mi claustrofobia. El silencio abrumador, mi impaciencia. Las miradas compactas, mi debilidad. Un cenicero en colapso, mi asma. La medianoche, mi falta de permiso. Y las cartas en mesa, mi miedo. Todo aumentaba mi desasosiego. Mi nerviosismo advertía un patatús salvaje y desagradable bajo el techo calamitoso, un cuchitril, donde nos encontrábamos los 7 jugadores, la cochera trasera del gran Manuel García, el dueño de medio Ica: << Cabezón, tú hablas. ¿Vas o no vas? >>
-Cincuenta puntas -dijo el compadre Muñante esparciendo el vaho de su cigarrillo en mi cara-. Habla de una vez cabeza de balde. ¿Pagas o no pagas?

Mi frente sufría una hiperhidrosis, sudaba como hámster en su respectiva rueda. Por un segundo me arrepentí de estar ahí y me acordé de mi papá, Roberto Sandoval, un personaje sencillo pero respetado -por los demás humildes-, que siempre llegaba con regocijo a casa diciendo: << ¡paciencia y buen humor familia! ¡Paciencia y buen humor!>>. Si sabia jugar póquer, y bastante bien, pero la neurosis invadió mi psicología y habilidad por el hecho de estar rodeado de gente tan importante y yo siempre siendo un indigente que invirtió su dinero -seiscientos soles- para sextuplicarlo y poder pagar las deudas de mi padre; además de eso, quería también aventajar un poco de respeto venciendo a estos magnates, robándoles su plata limpiamente. Tenía dos y cuatro, ambos de diamantes, mi color favorito. ¿Cabía la posibilidad de ganar? Sí, podía salir en el flop as, tres y cinco, y ahí nomás obtendría mi escalera cochina. También podía salir un par de cuatros en mesa, y ahí ya tendría un trío y solo esperaría al turn para que salga algún dos o viceversa. Podía pasar cualquier cosa, pero luego de recuperar el intelecto, en mi cabeza me dije la verdad: <>.
-Chibolo -dijo Parra haciendo dos palmas a la mesa luego de pasar su cerveza-, no tenemos todo el día, habla de una vez.
-Pago.
-Bien chibolo -agregó Canlla palmoteando mi hombro izquierdo, insinuando haber visto mis cartas, pero si sabe jugar, ni de a cojones las vio-.

La mesa -forrada por un mantel algodonado color verde, y marcada por unas líneas delgadas blancas donde se colocaban los naipes rojo escocés-, estaba ubicada como diámetro de la cochera, justo al lado de una especie de escritorio donde se explayaban las bebidas -cervezas, whiskies, rones, tequilas- que pausaban la partida en un determinado momento de sed.
Mientras el dealer, García, seguía preguntando, Canlla me sonreía diciendo: <>, comprendí que no había visto mis cartas, pero igual le seguí la corriente. Cuando llego el momento de abrir las tres cartas del flop, saqué rápidamente un bolígrafo, y un papel liviano de mi bolsillo para apuntar los números; es por eso, que le pedí a Canlla que me dictara lo que saliera.
-Apunta chibolo -se preparó Canlla-: Jack de trebol, Jack de espadas, diez de diamantes. Repito: Jack de bastos, jack de pica y diez de oro.
-¿Dos jacks y un diez? -pregunté por asegurar-.
-No, no -respondió Canlla-, a mi no me compliques chibolo, yo no dije jack, dije cuack.
-¿Cuack? ¿Patos?
-Si chibolo, nos fuimos a la chinga.

Lo odié infinitamente. No se le entendía nada. Canlla ya estaba borracho y yo ya no tenía quien me ayude, así que respiré con fuerza, y vencí mi temor a las cartas. Comprobé que había un par de dos en mesa y mi sonrisa se hizo notoria. Me emocione, y de pronto ya estaba imaginando una vida llena de placeres -mi boda, mi luna de miel, mi propia hacienda, mis hijos, mi negocio, mi dinero-, sentí el relajo corporal del que tanto hablaba mi padre soñando con mares . Mis ojos destellaban como los zapatos de Muñante, parecían dos rayos de sol.
-Chibolo -me llamó García-, es tu turno. Parra apuesta todo, y Muñante se lo está pagando. ¿Vas o no vas?

Miré profundamente a Parra para intentar adivinar si era un envite, la típica jugada del farol, o si realmente tenía algo importante como su persona, pero su mirada clandestina, mordida y espeluznante, me dejo más que estupefacto y venció mi deseo, así que pasé al siguiente oponente: Muñante. Lo miré con furia como suelen hacerlo las hienas al atrapar su presa, pero el muy conchudo me contesto la mirada haciendo pucheros y echó la espuela bebiendo el último sorbo de su cerveza. Empecé a jugar con mis fichas analizando la situación: <<¿Realmente me conviene seguir? Si hay dos jugadores que están pagando todo, y faltan tres por responder, debo suponer que Muñante algo debe de tener, no cualquiera paga un All in, y también cabe la posibilidad de que Parra no tenga nada por lo que es el primero en mandar, pero ya se habría notado, nos hubiéramos dado cuenta, o es todo o es nada, ¿Qué hago? Conmigo ya somos tres que tenemos algo importante supuestamente, ¿Qué tanto se puede tener, si en mesa hay un par de dos y un diez y yo tengo otro dos?>>. No le creí a ninguno de los dos, pero tampoco descarté que algo pudieran tener, así que pague. Entonces fue ahí donde el borracho de Canlla se paró a estropear todo.
-¡Pero qué haces chibolo! -gritó desairado- ¡Estás loco o que! ¡Qué estás haciendo cabezón si tú tienes un tres y un jack!

Me confundí totalmente. Lo odié aún más, y de nuevo pensé: <>. Luego del pronóstico informal que dio Canlla, mi amigo temporal, Custodio y Carrillo también decidieron pagar. Sentí una mezcla de escalofríos y miedo. Era el momento en que todos abrían sus cartas antes de ver el turn y el river…

Seguidores