sábado, 8 de mayo de 2010

El Peor Día de la Madre para Leonardo

-¡Ayúdame hijo! ¡No me dejes sola!-gritaba mi mamá ensangrentada desde el suelo- ¡Te lo ruego por favor! ¡Ayúdame!

Pedir mi ayuda siempre fue inútil. Toda la vida tuve la mente en blanco, y nunca supe que hacer en el momento en que me pedían algún favor. El piso seguía temblando a pesar de que la gente pedía perdón a más no poder. Cogí la mano de mi mamá, y me embarré de sangre. No la quería soltar por nada del mundo, sentía que iba a hacer la última vez que la tocaba, y así fue. Ella no podía salir porque la refrigeradora le cayó en encima mientras buscaba su desayuno diario para ir a trabajar. Mientras la sostenía del brazo, lo único que podía hacer era jalarla y empujar la refrigeradora a la vez. Aún se movía la tierra. Ese día, la mala suerte se las cobraba con mi mamá, la refrigeradora estaba encima de ella al pie de las escaleras, y como un dibujo animado, el piano se arrastró por los escalones. La solté. Ella gritó. Juro que ver a mi mamá morir fue el peor momento de mi vida, un trauma total. En esos pocos segundos en que la tierra se movía y mi madre agonizaba, perdí el oído por completo, y me desconcentré como nunca antes me había desconcentrado. No grité, no lloré, no corrí, ni mucho menos salí huyendo a pesar de que tenía 12 años de edad, lo que hice fue mantener el equilibrio, coger una coca-cola que se había salido de la refrigeradora que aplastó a mi mamá, y sentarme encima del piano para pensar un rato. En esos pensamientos turbios y malévolos que paseaban un rato por mi cabeza, pequeñas lágrimas que pedían permiso a mis ojos para poder despegar e iniciar un viaje, empezaron a brotar como lluvia de una nube cargada. Estaba sentimental y no sabía qué hacer. Me sentía vigilado y observado por mi mamá, y eso que ella ya estaba muerta, de hecho su cabeza estaba en mis rodillas. Mi inteligencia dudosa, me traicionó. Lloraba a morir con una sonrisa hipócrita que le hacía a los ojos de mi mamá.

Para ser más claros, mi vida pasó en un segundo. Me acababa de dar cuenta que había quedado huérfano, y sin familia. Es que en verdad no había nadie quien me cuidara. Mi papá falleció cuando recién nací, se fue a festejar con sus amigos por el tan solo hecho de que había nacido, y terminó matándose en un accidente de tráfico, terrible.

La tierra por fin se había calmado, y descaradamente seguía sentado sobre el piano que estaba sobre el cadáver de mi mamá, tomando mi coca-cola y llorando, esta vez como borracho de cantina. Me bajé y agache la cabeza para ver a mi mami con el fin de despedirme.

-¿Qué me miras Leonardo? –se escuchó entre las paredes de la casa, parecía que era mi mamá.

Me traumé. Esta vez, sí salí corriendo, pero tuve que regresar porque se me había quedado la coca-cola, y hacía mucho calor. Al regresar, cogí la bebida y me marché sin tenerles miedo a las arañas. Una vez que estaba afuera, dos policías se me acercaron y me cargaron. No preguntaron mi nombre y yo tampoco refuté, solo me dejé llevar como siempre.

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